miércoles, 27 de junio de 2007

Carabanchel

Mucho más recuerdo han dejado los visitantes una vez efectuado su cierre que los habitantes innatos del lugar. Tan solo un pequeño cartel, el resto de recuerdos se esfumó con el tiempo. Se mantienen los ceniceros improvisados atados al cabecero, pero no deja de ser un detalle fútil de la convivencia allí vivida.

En el mismo estado se encuentran los espacios de los invitados que el de los trabajadores, sin memoria de las diferencias y experiencias sucedidas. Las diferencias han sido arrasadas por los irrespetuosos visitantes.

El blanco aviejado característico del lugar se mezcla con negros y colores de los artistas urbanos, aunque todas las tonalidades se ven afectadas por el aire de decadencia y ruina que todo lo invade.

La angustia de los espacios cerrados, oscuros y húmedos es lo único que sigue patente, pero cada vez menos, aunque se despiste, pero entre rejas, silencio y patios llenos de hierbajos hacen que en algún momento te puedas ver a rayas contando pasos y vigilando de reojo que se cuece en el ambiente.

En espacios así resulta complicado imaginarse algo que no sea enviciado, los espacios reducidos, los barrotes y la represión. Es posible que sea “lo que se merecen”, pero la venganza y reclusión se auto alimentan, por lo que los resultados no son sorprendentes.

Demagogia, es posible.

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