domingo, 5 de agosto de 2007

Joé, que caló

Desde primeras horas de la mañana se veía venir. Primero fueron esas gotas que hicieron abrir los ojos que por sorprendentes dejaron a un lado el lugar del despertar.

Un día plomizo, cargado de nubes, de amenaza de alivio, de descarga renovadora en la gran ciudad. Sucedió, con violencia, pero sucedió. Corta, pero sucedió.

Un pequeño descanso hemos tenido en el castigo estival, los termómetros dejan a las personas arrastrándose de sombra a sombra, los líquidos abundan y los contenedores de cristal se saturan.

Parece que la única solución es salir, huir de este calor paralizador, aunque los centros comerciales probablemente lo disfruten, hasta el domingo de agosto se puede aprovechar.

Me uno al compañero en la sensación, solo el fus fus y la ducha hacen más llevaderos estos días y no desfallecer en cualquier lugar de este hormigón.