martes, 27 de febrero de 2007

Baby boom


Llega un momento en el que el reloj biológico es una plaga y no deja de explosionar por doquier. Momento este el cual piensas sobre las consecuencias como desvelos, preocupaciones, sacrificios de la propia vida, cambios de ritmo y preferencias.

Ante tantos cambios y tan contundentes, la conclusión “lógica” sería pensar que todo el mundo se vuelve loco o que el vil sexo afecta al seso y produce un estado de inconsciencia en el que personas normales creen que es una buena elección.

No más curioso de todo es cuando ya se han producido estos cambios o mejor dicho se sufren y la gente no deja de repetir constantemente que es lo mejor que han hecho, que todos estos sacrificios valen la pena por ver sonreír a los pequeñuelos rosados. Esto crea una duda importante, ya que la reacción no es lógica, sobretodo o solo para los no experimentados en el tema.

No hay que pasar por alto el peligro de la condescendencia con el deber hacer, con lo estipulado a lo largo de generaciones y opiniones ajenas. Este peligro puede llegar a tener consecuencias terribles, ya que hay que tener en cuenta todos los contras, pero mucho incauto se deja llevar por las buenas palabras.

Con esto una conclusión sería que existe una admiración hacia a la gente que es capaz de ser feliz con el sacrificio, que disfruta con él, ya que a cambio recibirá momentos imposibles de imaginar para el resto de los mortales. También se puede opinar sobre los egoístas que no cumplen correctamente con los deberes provenientes de la decisión, tan solo impulsados por la estadística que une la edad con los actos, ya que la infelicidad provocada puede ser igual de contundente que la potencial felicidad.

Después de esto simplemente queda afirmar que los tíos y tías viven estas experiencias de una forma mucho más suavizada, sin optar a los máximos, pero renunciando a los valles más profundos, una opción que mucho de los potenciales visitantes del paraíso de la felicidad se podrían plantear como opción, antes de caer en una situación de no disfrute de su realidad.

Abierta y voluntaria es la decisión, buena suerte para todos en el baby boom que me rodea.

martes, 13 de febrero de 2007

Las viejas ideas


Las ideas solo con ser antiguas se ganan el apelativo de auténticas, de mejores, de verdaderas, etc. No deja de ser una vieja y azucarada defensa del inconsciente para guardar un grato recuerdo a modo póstumo, que tantos cabrones se llevaron consigo a lo largo de la historia

Como tristes mortales caemos ante estos encantos, y se echa en falta la verdadera capacidad de protesta de la gente de ideas, de luchas subversivas, de puños y plumas inconformistas. Hoy he sido testigo de un teatrillo callejero protagonizado por punkys y policías, a cada cual más pendiente de la imagen ofrecida a los apelotonados morbosos que al ejercicio de su actividad.

La provocación fue tenue, una pancarta absurda en un edificio cerrado como buen domingo acompañado de unas cervezas, por cierto, eché en falta los típicos merodeadores caninos y alguna hermana menor de la travesera.

La contestación no menos absurda, principalmente por la aplastante diferencia numérica, de dos por cada uno, y ya sabemos que se decía en los patios al respecto.

Hasta que punto hacía falta esa ostentación para unas personas que realmente hacían poca cosa, bueno, a lo mejor simplemente se debe al viejo equilibrio del poder, que el sr. Sánchez-Ocaña lo convirtió en proverbio popular.

En definitiva, tanto unos como otros han sido poco sinceros, guiados desde la escenificación, en búsqueda de un minuto de gloria no proveniente del ejercicio inteligente de una tarea, sino por la simple llamada de atención de lo estridente, una verdadera lástima.

Aunque solo sea por no tirar ya la camiseta agujereada de la rebeldía y avivar los rescoldos del romanticismo, resulta más humano posicionarse en el lado del débil, por lo que resulta más sangrante la actitud de los primeros, los “rebeldes”.

Incluso se puede soñar con una sociedad con esperanzas, con una idea digna, protesta ante una injusticia latente, ante una buena verdad no escuchada, pero escondidos tras nuestras crestas dejamos que la solución nos venga dada.

Tan solo silencio, un vacío en el estómago y un borreguismo aburguesado disfrazado con azúcar y tachuelas es el grito inconformista que se oyó al final de la función.