martes, 13 de febrero de 2007

Las viejas ideas


Las ideas solo con ser antiguas se ganan el apelativo de auténticas, de mejores, de verdaderas, etc. No deja de ser una vieja y azucarada defensa del inconsciente para guardar un grato recuerdo a modo póstumo, que tantos cabrones se llevaron consigo a lo largo de la historia

Como tristes mortales caemos ante estos encantos, y se echa en falta la verdadera capacidad de protesta de la gente de ideas, de luchas subversivas, de puños y plumas inconformistas. Hoy he sido testigo de un teatrillo callejero protagonizado por punkys y policías, a cada cual más pendiente de la imagen ofrecida a los apelotonados morbosos que al ejercicio de su actividad.

La provocación fue tenue, una pancarta absurda en un edificio cerrado como buen domingo acompañado de unas cervezas, por cierto, eché en falta los típicos merodeadores caninos y alguna hermana menor de la travesera.

La contestación no menos absurda, principalmente por la aplastante diferencia numérica, de dos por cada uno, y ya sabemos que se decía en los patios al respecto.

Hasta que punto hacía falta esa ostentación para unas personas que realmente hacían poca cosa, bueno, a lo mejor simplemente se debe al viejo equilibrio del poder, que el sr. Sánchez-Ocaña lo convirtió en proverbio popular.

En definitiva, tanto unos como otros han sido poco sinceros, guiados desde la escenificación, en búsqueda de un minuto de gloria no proveniente del ejercicio inteligente de una tarea, sino por la simple llamada de atención de lo estridente, una verdadera lástima.

Aunque solo sea por no tirar ya la camiseta agujereada de la rebeldía y avivar los rescoldos del romanticismo, resulta más humano posicionarse en el lado del débil, por lo que resulta más sangrante la actitud de los primeros, los “rebeldes”.

Incluso se puede soñar con una sociedad con esperanzas, con una idea digna, protesta ante una injusticia latente, ante una buena verdad no escuchada, pero escondidos tras nuestras crestas dejamos que la solución nos venga dada.

Tan solo silencio, un vacío en el estómago y un borreguismo aburguesado disfrazado con azúcar y tachuelas es el grito inconformista que se oyó al final de la función.

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